EL CONDUCTOR DE TRENES
EL CONDUCTOR DE TRENES
CARLOS MIRANDA
(25-08-2012)
EL CONDUCTOR DE TRENES
Terencio Gómez Valbuena descubrió desde
muy pequeño su vocación por los trenes. Vocación y, hasta se podría decir,
obsesión. Sus padres tenían un pequeño colmado en un barrio modesto de la
ciudad. Les hubiera gustado tener muchos hijos, pero solo tuvieron a Terencio
y, como es natural, le mimaban dentro de sus escasas posibilidades económicas.
Ventaja de ser hijo único. De muy pequeño le regalaron unos cochecitos. Con su
ingenio infantil les acabo poniendo una cuerdecita entre cada uno y los
arrastraba con su pequeña mano como si fuesen un tren con su locomotora y
vagones. Luego le ofrecieron una pequeña locomotora de madera con un pequeño
compartimento para el carbón y tres o cuatro vagones un tanto cuadrados. Fue
uno de los momentos más felices de su vida.
Más tarde le ofrecieron una bicicleta.
Terencio, como cualquier niño de su edad, pedaleaba con furia por los caminos y
sendas de un parque que había cerca de su casa. Pero cuando lo hacia no se
imaginaba subido a una potente moto o dentro de un coche deportivo, y mucho
menos personificando algún famoso corredor ciclista. Lo que Terencio imaginaba
es que estaba en la locomotora de un tren que iba conduciendo con eficacia. Consecuentemente,Terencio
no tenia la inclinación de parar en seco ni de iniciar su pedaleo con energía.
Todo eso lo hacia pausadamente y gradualmente. Cuando pasaba por debajo de las
ramas bajas de un árbol del parque se imaginaba pasando un túnel y frecuentemente
se paraba, despacio naturalmente, paralelamente a algún banco que en su
imaginación era el andén de una estación.
Como es natural, durante su adolescencia
Terencio compraba, cuando tenía algún dinerillo ahorrado, revistas inglesas de
trenes y se conocía todos los modelos de locomotoras que se habían construido
en el pasado y las más modernas de hoy en día. Cuando tenía tiempo libre, más
que irse al cine prefería acercarse a la estación central de su ciudad y
contemplar los trenes, los vagones, las locomotoras. Alguna vez llegó a colarse
en alguna de estas últimas aprovechando que no había nadie a bordo, lo que no
era frecuente. Más fácil era subirse a los vagones de viajeros y recorrerlos
antes de que los viajeros terminaran de instalarse. Los revisores le conocían y
bromeaban sobre su pasión.
Cuando terminó el colegio, con buenas
notas, señaló a sus padres que no quería ir a la universidad. Sus progenitores
se entristecieron profundamente después de tantos sacrificios para que su hijo
fuera de buen provecho.
Un amigo de sus padres les dijo que lo
importante en la vida era hacer lo que a uno le gusta porque si uno responde a
su vocación será siempre bueno en su profesión, lo que augura éxito y, quizás también,
dinero. Los padres de Terencio se resignaron, pues, a que su hijo se apuntara a
la Escuela de Conductores de Trenes que regentaba la Compañía Nacional de Ferrocarriles
y a la que se entraba por un concurso difícil que Terencio aprobó con una muy
buena nota. Durante dos años siguió los cursos de esta escuela con sus
compañeros de ambición, bastantes de los cuales eran hijos de ferroviarios
acostumbrados ya a manejar el léxico de la profesión desde su mas tierna
infancia y conocedores también de muchas cuestiones básicas, lo que no dejaba
de situar a Terencio en desventaja respecto a ellos.
“No te preocupes”, le decía el mencionado
amigo de sus padres, “un hijo de minero siempre picará mejor al principio que
uno que llega a la mina por primera vez, pero tu tienes vocación y lograras todo
lo que te propones en cuestión de trenes”. En la escuela había también unos pocos
ingenieros industriales que, debido a una crisis económica, no veían futuro
para ellos con sus estudios universitarios.
Terencio se graduó con una buena nota,
pero no de las mejores. En todo caso, los conductores de trenes recién
graduados eran destinados al principio a los trenes de cercanías y, también a
los de mercancías. Mas adelante conseguirían, algunos, conducir trenes de
viajeros y, muy pocos, las locomotoras de los trenes de gran velocidad, que era
lo que Terencio ambicionaba desde hacia muchos años. La felicidad y una
locomotora de un tren de gran velocidad eran la misma cosa para Terencio y, además,
con la locomotora podría alcanzar velocidades míticas. Terencio esperaba que
tras unos primeros años con los cercanías y los mercancías le destinarían a los
trenes de viajeros y de alta velocidad.
Pero las cosas no se desarrollaron de esta
manera. A pesar de sus solicitudes y variadas instancias debidamente firmadas y
selladas, los jefes de Terencio le siguieron destinando a los trenes de mercancías.
Alegaban que era el mejor para conducir las locomotoras de estos trenes cuya
carga era, a veces, muy valiosa o, también, muy peligrosa, por lo que la legendaria
suavidad con la que Terencio conducía estos artefactos impresionantes era algo
muy valorado por la Compañía Nacional de Ferrocarriles. A Terencio esto le
sonaba a un camelo impresionante y pensaba más bien que sus colegas ingenieros
y los que eran hijos de ferroviarios disponían de mejores recomendaciones que
él.
Naturalmente, esta situación solo podía amargar
y deprimir a Terencio que, sin embargo, acataba las disposiciones de sus
superiores, pero cada vez con menos ilusión. Por eso Terencio acabo centrando
su interés en pequeños trenes eléctricos con sus vagones y locomotoras a escala
y que constituían magnificas reproducciones en pequeño de los originales. Su
casa era pequeña, pero consiguió que su mujer aceptase que en el dormitorio
principal Terencio instalase una gran maqueta como esas que se ven en los
escaparates de algunos grandes almacenes, especialmente en Navidades. Las vías
daban vueltas y vueltas, pasaban túneles y puentes, se paraban en apeaderos, y
llegaban, finalmente a sus destinos.
Terencio
había instalado dos grandes estaciones y multitud de apeaderos. Sus trenes eran
antiguos y modernos y tenía las reproducciones de los vagones más lujosos para
pasajeros del pasado y del presente. En las dos estaciones principales tenia
unos depósitos donde se aparcaban los vagones y las locomotoras que no estaban
en uso. Todo ello constituía una colección impresionante. La maqueta también
presentaba un trozo de autopista y varias carreteras por las que circulaban
coches. Alrededor de las dos grandes estaciones y de los apeaderos había
instalado casas, pueblos y ciudades, con sus pasos a nivel, túneles y puentes
para cruzar las vías sin tener que detenerse al paso de los trenes. Las casas,
las estaciones y los trenes se podían iluminar y apagando las luces de la
habitación se creaba la ilusión de que los trenes circulaban de noche. Con
distintos mandos Terencio podía conseguir que varios trenes circularan simultánea
e independientemente, parándose en algunos apeaderos y alcanzando sus destinos
finales. También había logrado que se imitara el paso del día y de la noche. Salía
un sol que al acostarse dejaba paso a una luna que incluso crecía y menguaba. Durante
el día ficticio, unos focos iluminaban la maqueta y de noche se iluminaban el interior de las casas y de los trenes.
Su maqueta le dio mucho trabajo, además de
engullir buena parte de su salario, y le tuvo ocupado bastante tiempo, algunos
años incluso. Obtuvo también algún premio y en Navidades un gran almacén requería
sus servicios para dirigir el montaje de una enorme maqueta que maravillaba a
niños y mayores.
Sin embargo, con el paso del tiempo volvió
a deprimirse por seguir solo al mando de trenes de mercancías cuando lo que
realmente quería él era conducir locomotoras de trenes de alta velocidad.
Como sus recursos eran modestos, Terencio solía
aprovisionarse en una pequeña tienda del extrarradio que estaba bien surtida
con precios asequibles y catálogos impresionantes que Terencio consultaba para
poder encargar preciosidades que añadía a los que ya tenia y usaba en la
maqueta que también iba evolucionando y complicando su geografía y orografía
con una cadena montañosa, un río, dos riachuelos y un pantano, este último con
agua de verdad.
Un día que estaba mirando el escaparate de
esa tienda se le acercó un señor de buena apariencia, aunque vestido de forma
algo estrafalaria. Un traje gris claro con zapatos blanquinegros de rejilla que
dejaban entrever unos calcetines beige. Llevaba un sombrero de ala corta y un
chaleco amarillo a cuadros. Tenía el pelo blanco y un bigote que se completaba
con una perilla, ambos de pelo blanco, también.
- Buenas tardes, le
dijo a Terencio. Usted debe ser Terencio Gómez Valbuena. He visto su maqueta de
trenes en varias revistas y me quedé muy impresionado. Es la mejor maqueta de
trenes eléctricos que hay en todo el mundo.
- Muchas gracias, le
dijo Terencio. Sin duda usted exagera.
- Ni mucho menos. Además,
la he visto una vez con mis propios ojos.
- ¿De verdad?
- No se si lo
recordara, pero la visité hace un año con un club de aficionados ingleses de
trenes eléctricos, aunque yo no soy ingles. Sus explicaciones fueron magnificas
y sus conocimientos técnicos maravillosos. Una pena que la traductora no fuera
muy ducha en la terminología de estos trenes, pero le puedo asegurar que a
pesar de ello salimos todos de su casa maravillados.
- Mi inglés es muy
limitado. Leo más o menos bien las revistas inglesas de trenes y sus catálogos.
Pero de ahí a explicar mi maqueta en ingles … Eso es muy difícil para mí. De ahí la
necesidad de la traductora, pero ya me doy cuenta de que no traduce bien lo que
explico.
- No le de mas vueltas.
Todos comprendimos lo que usted quería decir. No ve que somos del gremio y lo
entendemos todo con medias palabras.
Como es natural la menguada autoestima de Terencio
recibió una dosis magnifica de vitaminas con lo que le decía este señor que le
cayó enseguida simpático no solo por lo que le decía sino también porque su
aspecto físico inspiraba confianza. Aparentaba ser una persona afable, amable,
educada y dispuesta a ayudar.
- Lo que me sorprendió,
diría incluso que “nos” sorprendió, ya que lo comentamos a la salida de su
casa, es que en esa maqueta no figurara ningún tren de gran velocidad, dijo
este señor mientas su rostro adoptaba una cara de gran interés, y añadió: ¿Por
qué?
Esto fue tremendo para Terencio que lo sabia
muy bien. Sin quererlo, al menos aparentemente, el señor del traje gris acababa
de meterle al pobre Terencio un verdadero torpedo en toda la línea de flotación.
- Lo que pasa, respondió
Terencio, es que para instalar un tren eléctrico de alta velocidad hace falta
mucho mas espacio porque las vías necesitan, como en la realidad, unas curvas
muy amplias y peraltadas, para que, así, la reproducción a escala de uno de estos
trenes pueda ir muy deprisa. Además, si quiere que le diga toda la verdad, son
los trenes eléctricos de gran velocidad muy caros y mis medios son modestos.
- Como ya habrá usted
comprendido yo sigo esta afición suya, que también es mía, con atención y hace
un par de días vi en los Grandes Almacenes “La Repanocha” unas reproducciones
de trenes de gran velocidad muy bien hechas y a muy buen precio. Le recomiendo
que se acerque y vea estos trenes. Además, ya se que es una casualidad, y le
ruego también que me perdone por mi osada broma, pero las iniciales de su
nombre y apellidos, Terencio Gómez Valbuena, es decir TGV, corresponden a las
de Tren de Gran Velocidad, que es como lo denominan, por cierto, en Francia,
ja, ja, ja.
La risa del señor del traje gris era contagiosa
y Terencio no se tomo a mal la broma. Al contrario, sintió un mayor cariño por
este desconocido que se interesaba por él y que parecía desearle, al mismo
tiempo, todo lo mejor, cosa que no era lo que el percibía en su trabajo, donde
pensaba que le trataban y ninguneaban injustamente, ni fuera del mismo donde su
interés obsesivo por los trenes le apartaba, finalmente, del conjunto de la
sociedad. Sentía el cariño, eso sí, de su mujer y de sus dos pequeños hijos,
pero la tristeza de sus padres por haberse limitado a querer ser conductor de
trenes cuando podría haber echo unos estudios superiores excelentes, abortando
así una clara posibilidad de ganar más dinero y de subir en la escala social, y
la constante ironía de su suegra que le menospreciaba por no haber, siquiera,
conseguido ser conductor de AVE. Los mordaces comentarios de su suegra por
encerrarse con su maqueta y sus trenes eléctricos como si fuese un niño pequeño,
le afectaban, asimismo, mucho. “¡¿Que va a ser de ti, hija mía?! ¡¿Y de tus
hijos?!” era una de las exclamaciones favoritas de su suegra cuando sabía que
su yerno podía oírle, aunque no estuviese en presencia suya.
Terencio se río, pues, con gran naturalidad y
repuesto con la broma del torpedo anterior prometió que iría un día a los
Grandes Almacenes “La Repanocha” para contemplar las maquetas eléctricas de
trenes de alta velocidad y considerar sus precios.
- Mire, le dijo el
señor del traje gris, véalos y luego me dice. Si el problema es el dinero,
estoy seguro de que yo le puedo ayudar. Conozco más de un coleccionista que estaría
dispuesto a comprar su actual maqueta por mucho dinero. Además, usted mismo me
ha dado a entender que para instalar una maqueta de AVE la actual que usted
tiene no le sirve. Vaya a “La Repanocha” y luego me dice.
- Pues quizás tenga
usted razón. Voy a seguir su consejo, pero ¿Cómo puedo dar con usted?
- Eso es muy sencillo,
repuso su interlocutor. Aquí tiene una tarjeta mía con mis datos y teléfono. La
verdad es que se me ha olvidado presentarme, tan contento estaba yo de haber
coincidido con usted. Soy el Doctor Diávolo. Viajo mucho y a veces utilizo
distintos nombres, según los países y los lugares, pero por Diávolo me conoce
mucha gente por aquí. Si me da el número de su propio teléfono móvil lo introduciré
en el mío y así sabre enseguida que es usted el que me llama. Espero poder
serle de gran ayuda para que usted pueda alcanzar sus objetivos, termino
diciendo el Dr. Diávolo mientras le daba la mano a Terencio para despedirse y,
luego, desapareció rápidamente tras una esquina no sin antes musitar que tenia
que acudir a una cita y que ya se le había hecho tarde.
Terencio sopesó ese deseo del Dr. Diávolo en
ayudarle a alcanzar todos sus sueños. Ya le hablaría de su deseo de conducir
AVEs y no solo trenes de carga, pero también pensó que Diávolo se refería a su afición
con los trenes eléctricos y la necesidad, que sentía desde hace tiempo, de
instalar una maqueta de trenes eléctricos con un tren de gran o alta velocidad.
Al cabo de pocos días Terencio encontró un
momento para acercarse a “La Repanocha” y comprobó que los trenes de gran
velocidad que allí vendían eran mas asequibles de lo que él hubiese creído, y
que, asimismo, eran de calidad, reproduciendo los mas mínimos detalles de los
trenes de verdad. También se podían iluminar por dentro y hasta emitían un ruido
que hacia “ssssssss”, o algo parecido, para incrementar la sensación de gran
velocidad. En todo caso eran muy rápidos, y tal como Terencio le había dicho al
Dr. Diávolo, era necesario concebir un circuito y una maqueta específicamente dedicada
a esta escala reducida de un AVE para lo cual, además era necesario disponer de
mucho espacio. Sin embargo, su fértil imaginación fue barajando una posibilidad
y decidió llamar al Dr. Diávo, aunque lo haría después de considerar con
detalle lo que se le había ocurrido para, así, presentarle a Diávolo una opción
seriamente estudiada.
Consumada la reflexión, Terencio llamó al Dr.
Diávolo y concertaron una cita. De la misma salio un complejo entramado
inmobiliario y financiero que permitió a Terencio comprar e instalar una
maqueta magnifica especialmente dedicada al AVE. Terencio vendió, a través del
Dr. Diávolo su piso y su maqueta y con el dinero resultante compro varios
trenes AVE y un piso más grande. En este ultimo siguió hacinando a su familia mientras
se reservaba el dormitorio principal para su nueva maqueta en la que incluyó
todo tipo de detalles que no desmerecían en nada los que había instalado en la
maqueta anterior y que, incluso los superaba en algunos casos. Había un
aeropuerto con unos aviones despegando y aterrizando. Y el pantano, siempre con
autentica agua, tenia unas mini-turbinas que alimentaban en electricidad la
iluminación nocturna de la maqueta. Como el piso era un ático que daba a mediodía
y a poniente instaló en un balcón y en la terraza unos paneles fotovoltaicos
que aportaban la electricidad necesaria para mover los trenes eléctricos de
alta velocidad que consumían más que los eléctricos de la anterior maqueta.
Pero como la amplitud de las curvas necesarias para que estos AVEs eléctricos
pudieran mantener su alta velocidad era muy grande, Terencio resolvió la cuestión
haciendo pasar sus trenes de alta velocidad por unos túneles y viaductos que
pasaban por todo el piso. Esto ultimo molestaba mucho a su suegra que cuando
venia a ver a su hija y a sus nietos se pegaba un susto enorme cuando de pronto
un AVE miniatura irrumpía en el salón saliendo escopetado de un túnel que podía
venir desde la entrada y tras recorrer un viaducto muy bonito desaparecía en
otro túnel hacia la cocina pitando alegremente. “¡A tu marido no se le ocurre
nada bueno!”. Pero su enamorada esposa le defendía: “Le tratan injustamente en
la Compañía Nacional de Ferrocarriles”. Y añadía: “Déjale que se entretenga en
algo que le saque de sus frustraciones profesionales”. “Además”, seguía
diciendo su amantísima esposa, “A ti, ¿¡Qué mas te da!?”, argumento que suele
ser muy eficaz en algún que otro país poco racional, a lo que su madre le
contestaba con otro argumento igualmente irracional y tan socorrido: “Pues, ¿sabes
lo que te digo?, que si no le dejan conducir el tren que quiere, pues ¡Que se
fastidie!”.
Durante algún tiempo las cosas fueron
estupendamente, y ello a pesar de que un AVE llegó a descarrilar cuando pasaba
por la cocina mientras cenaban acabando en el plato sopero de la suegra que se
llevó un susto, manchas de sopa y un fuerte berrinche. Terencio se sentía más
cerca de los AVES de verdad y podía imaginar con más rigor las emociones que
puede resentir un conductor de tren de gran velocidad. Terencio estaba en la Gloria.
Su maqueta se hizo mundialmente celebre y ciertos días venían a visitarla y
admirarla toda clase de gente que acudían incluso del extranjero. Siguiendo los
consejos del Dr. Diávolo Terencio cobraba por estas visitas, así como por los artículos
y entrevistas que le hacían, lo que le permitió ahorrar cierto dinero. Esto último
acalló algo a su pesadísima y critica suegra. Así pasó algún que otro año, pero
como la felicidad no siempre dura lo que uno desea, se acabo abriendo camino en
el cerebro de Terencio que por muy emocionantes que fueran sus AVEs eléctricos,
la realidad era que Terencio seguía conduciendo locomotoras de trenes de mercancías.
Al Dr. Diávolo esta situación le entristecía
mucho y no sabia bien que hacer por Terencio. Diávolo tenia sus motivos para no
intentar enchufar a su amigo en la Compañía Nacional de Ferrocarriles, entre
otros el profundo convencimiento de que nunca le harían caso. Por eso siguió
encarrilando su ayuda hacia la vía paralela o alternativa de la emoción de
conducir un tren de alta velocidad. Como era un hombre con muchos recursos de
todo tipo encargó un simulador de conducción de una locomotora de AVE. Un
simulador tremendamente sofisticado y que no tenia equivalente alguno.
Inspirado de los que se utilizan en la aviación, incluso de combate, este
simulador podía recrear toda clase de situaciones y darles la apariencia de que
eran reales. Sentado en el asiento del conductor el utilizador del simulador podía
recrear un trayecto cualquiera no solo en su país sino también en otros. Cuando
Terencio se sentó por vez primera en el asiento del conductor del simulador
pudo viajar de Paris a Lyon, de Barcelona a Madrid y de Tokio a Osaka. Quiso
probar el Hamburgo-Berlín, pero el Dr. Diávolo le dijo que ya bastaba por ese
día porque llevaba muchas horas recorriendo el mundo entero en el simulador.
El simulador era muy caro y cuando salió del
mismo Terencio se quedó suspirando y entristecido por no poder tenerlo. El Dr.
Diávolo le había traído a su propia casa confesándole que ya tenía desde algún
tiempo este simulador y que se había pasado en el mismo muchas horas
recorriendo diversos países en distintas épocas del año, con nieve o con olas
de calor, y resolviendo las distintas problemáticas que el ordenador del simulador
podía presentar. Diávolo le dijo a Terencio que el simulador le había absorbido
tanto que era una suerte que se lo hubieran entregado antes de las vacaciones
ya que había aprovechado estas últimas para pasarse cuatro semanas seguidas en
el simulador de donde solo había salido para dormir y ducharse alguna vez y que
durante esas cuatro semanas solo se había alimentado de bocadillos y de alguna
pizza encargada por teléfono.
- Este simulador es
fabuloso, pero hay que tomarlo con calma, termino diciéndole a Terencio. Luego
añadió: Para usarlo hay que organizar una tabla de uso. Por ejemplo, realizar
un solo trayecto cada día, y si es muy largo dividirlo en dos días. Si además
se solicita del simulador que presente problemas por resolver, entonces hay que
dedicar hasta una semana para un trayecto tan corto como de Paris a Bruselas.
- Estoy de acuerdo,
Doctor, pero es que hoy con eso de que era una novedad para mi me he puesto “ojoplático”
y he reaccionado como un niño que descubre por primera vez el chocolate. Le agradezco
esta invitación a su casa para verlo y probarlo. La verdad es que le tengo una
gran envidia, y no se si calificarla de sana o de no sana. ¡Que maravilla este
simulador!
- Podrías venir a casa
cuando quisieras para usarlo, pero como mi casa no esta en tu ciudad, incluso está
lejos, me parece que ello no seria una solución para ti. Con su tuteo a
Terencio, que este no se atrevía a corresponder, el Dr. Diávolo subrayaba su
creciente ascendente sobre Terencio.
- En efecto, respondió
Terencio con voz triste.
- Mira, le dijo el Dr.
Diávolo, se me ocurre que yo ya estoy un poco cansado de este simulador después
de haberme pasado esas cuatro semanas del verano encerrado dentro. Quizás seria
mas practico que lo tuvieras tú y que yo fuese de vez en cuando a tu casa para
utilizarlo.
- Es usted un tío
fenomenal, alcanzo Terencio a decir, y muy generoso.
- De generoso nada.
Esto me ha costado mucho dinero. Si te lo paso no solo seria con la condición
de poder usarlo yo también, pongamos una vez cada dos semanas como mucho, sino también
pagándome por el mismo.
- Yo no tengo el dinero
necesario, suspiro Terencio.
- No sé que decirte,
respondió Diávolo. Podemos quizás organizar una operación parecida a la que
hicimos y que te permitió cambiar de casa para poder comprar los AVEs eléctricos
e instalar tu actual maqueta con los túneles y viaductos por todo el piso. Además,
este simulador ocupa mucho espacio. Tendrías que buscarte otro alojamiento.
- Pues tiene usted razón,
dijo Terencio. Si vendo el piso y la maqueta actual y añado mis ahorros quizás
no llegue al precio combinado de un nuevo alojamiento y de este simulador, pero
como usted también lo va a utilizar podríamos considerar que usted sufraga por
adelantado el uso que usted mismo va a hacer del simulador.
- En efecto. Yo ya lo había
pensado. Además, puedes alquilar el simulador a un público restringido pero muy
rico. Puedes ganar incluso mucho dinero y rehacer los ahorros que te vas a
gastar ahora comprándome el simulador.
Dicho y casi hecho. La culminación de este
proyecto requirió, otra vez, hábiles maniobras financieras e inmobiliarias a
las que hubo que añadir la tecnológica de desmontar el simulador para llevarlo
de la casa del Dr. Diávolo a la nueva de Terencio y volver a montarlo, cosa,
esta última, de la que se encargó esencialmente el propio Dr. Diávolo. Esta vez
Terencio había encontrado un terreno a buen precio en el extrarradio de su
ciudad donde había una casita diminuta donde volvió, una vez, más a hacinar a
su familia. En el jardín hubo que construir un edificio enorme que contenía el
simulador y que no dejaba un metro cuadrado libre para flor alguna. Hacia el
cielo no salían troncos de árboles sino los de varios generadores de
electricidad de viento a los que se unían, sobre el techo plano del edificio
del simulador toda clase de baterías solares.
Terencio organizó su uso del simulador
dejando días libres para el Dr. Diávolo, que no siempre acudía los días que le
tocaba, y otros para el uso por clientes muy ricos, y que debían de serlo pues
el alquiler fijado para esos casos era bastante caro. No se hizo publicidad al
respecto, pues Diávolo no lo deseaba, y al final fue mejor pues los clientes
ricos se acababan enterando de esta posibilidad de utilización del simulador
por un boca a boca y casi parecía que conseguir una cita era como si se
consiguiese una para pasear unas pocas horas por el Paraíso Perdido. Poder
utilizar el simulador era algo muy “exclusivo”, como se decía con todo aquello
que parece estar fuera de su precio y a lo que solo unos pocos elegidos pueden
acceder. La mujer de Terencio se encargaba de organizar estas citas. Con los
extranjeros se entendía en un inglés macarrónico que había aprendido en casa
con un curso a distancia y unos CDs.
- Con la pasta que estáis
ganando ya podía dejar tu marido sus trenes de mercancías y dedicarse a
alquilar todos los días esta maquina a estos extranjeros ricachones, le decía
la suegra de Terencio a su hija.
- Ni hablar, contestaba
esta. Terencio necesita estar en el simulador casi todos los días. De lo
contrario iría por el mundo como un alma en pena. Sin embargo, añadía, si se
rompe esta maquina, ¿De que íbamos a vivir si abandonase sus trenes de
mercancías?
Terencio tenía otro motivo para no dejar la
conducción de esos trenes de mercancías. Pensaba que quizás un día la suerte se
le acercaría y que, finalmente, le premiarían dándole el anhelado puesto de
conductor de AVE. ¿No le decían que conducía con mucho tacto y delicadeza? ¿No
le decían que era insustituible para los convoyes de mercancías de alto riesgo?
Pues si era tan bueno, pensaba, acabarían dándole la conducción de un AVE, pues
esos bichos requieren mucho tacto. “Además”, pensaba para sus adentros, “en
cuanto me den la oportunidad de probar un AVE los dejaré patidifusos, pues con
el simulador estoy adquiriendo una practica y un entrenamiento que nadie, pero
es que nadie, tiene”. No dejaba de ser cierto. Así podría también cobrar los
pluses que los conductores de AVE tenían y que eran muy substanciales, pluses
que no cobraban los otros conductores, y aun menos los de los mercancías por
mucho que le doraran sus jefes la píldora a Terencio. Además, pensaban sus
jefes, con el paso del tiempo la generación de Terencio ya no seria la
apropiada para conducir un AVE. Para ello hay que ser más joven, argumentaban entre
ellos, para, de este modo, seguir eligiendo a muchos “de la casa” y algún que
otro ingeniero y primero de promoción para disimular.
Durante cierto tiempo las cosas volvieron a
ir bien para Terencio que era feliz como nadie cuando estaba dentro del simulador.
Así se le hacían más llevaderos sus trayectos conduciendo una vieja maquina
diesel que acoplada a otra arrastraba un interminable convoy de vagones que
llevaban de todo: automóviles, gallinas, cemento, hortalizas, arena, etc. A
veces se trataba de trenes con mercancías peligrosas y volátiles con las que
Terencio y su compañero de locomotora se jugaban, en realidad, la vida, pues si
ocurriese algo, pongamos que una explosión, lo más probable es que Terencio y
su compañero saltasen también por los aires. Y ello sin los pluses que los
enchufados del AVE cobraban. Cosas de la vida. “¡Una injusticia!” clamaba su
esposa delante de su madre y de cualquiera.
Parecía que esto iba a durar “per saecula saeculorum”
pero no fue así. Llegó un momento, eso si al cabo de bastante tiempo, en el que
Terencio volvió a darse cuenta que el simulador, por muy estupendo que fuese
simulando, no era la realidad, no era, como dicen los anglosajones “the real
thing”. Conducir un AVE en un simulador es una gozada, pero conducir un AVE de
verdad es otra cosa. Terencio, otra vez más fue adquiriendo ojeras y
palideciendo a la vez que perdía peso. Una nueva depresión se apoderó de él y
ya nadie sabia que hacer para conseguir que volviera a sonreír. Como siguiese
por esta senda depresiva ya no le dejarían ni siquiera conducir un tren de mercancías.
El Dr. Diávolo apenas venia por la casa de
Terencio y por el simulador que, en realidad le traía sin cuidado. Otros eran
los objetivos del Doctor que genuinamente pensaba que finalmente Terencio se había
hecho a su suerte que, al fin y al cabo, no era tan mala. Sus hijos iban
creciendo, su mujer le quería, aunque solo condujese los mercancías. Se había
convertido en el conductor mas respetado de los mismos, al que todos pedían
consejo, y su suegra acudía cada vez menos a su casa porque al estar en el
extrarradio estaba lejos de donde ella vivía. Sin embargo, Terencio era otra
vez infeliz.
La esposa de Terencio cogió un día el teléfono
y advirtió al Dr. Diávolo de lo que estaba ocurriendo. Al día siguiente Diávolo
estaba en casa de Terencio aquejado de un fuerte catarro.
- Toma esta pócima y se
te ira corriendo el catarro le dijo el Dr. entregándole un frasco con olor a
azufre.
- Belzy, ¡Que mal "guele"
esto! le dijo Terencio con voz acatarrada y tapándose la nariz, dirigiéndose al
Doctor con el apodo que sus amigos íntimos le habían atribuido cariñosamente, y
entre los que ahora se encontraba Terencio. Con el paso del tiempo Terencio se había
atrevido a tutear al Dr. Diávolo ya que un cariño reciproco se había instalado
entre los dos.
- Y peor sabe, contestó
el Doctor, pero cura.
Y así fue. Terencio se tomó una cucharada del
potingue del frasco de vidrio rojo oscuro y el catarro salió por pies.
- Guárdalo para tus
hijos. Con los estudios los jóvenes cogen muchos catarros durante el invierno.
- Muchas gracias.
Belzy miró a su amigo con ojos compasivos y
le regañó.
- Tú no puedes seguir
así, Terencio. Te va a dar un mal.
- Ya lo sé, pero que
quieres, no lo puedo remediar.
- Hay que encontrarle
una solución a esto.
- Tú siempre has
encontrado una, pero ya has hecho mucho por mí. Lo mejor será que ahora me
abandones a mi suerte.
- ¡Venga ya!, dijo
Belzy, yo estoy aquí para ayudarte, pero sabes que yo no puedo sufragar todos
los costes de una solución.
- Lo se, pero en el
pasado siempre hemos encontrado una formula.
- Y ahora también la
encontraremos.
Un pesado silencio se instaló entre los dos
como si ninguno supiese cual podría ser la solución al problema de Terencio.
- Mira, dijo Belzy, te
tengo que dar una mala noticia. Tu lo que tienes es una depresión. Eso es una
enfermedad. Te lo digo yo que soy medico además de aficionado a los trenes
eléctricos y a los simuladores de trenes de gran velocidad. Ahora te tengo que
tratar no solo como un amigo sino también como un medico en lugar de un
aficionado a trenes de juguete. La suerte que tienes es que yo tengo muy buenos
contactos en el mundo medico y estoy en contacto con la mismísima vanguardia tecnológica.
- ¡Magnifico! exclamó Terencio,
aunque con la voz débil, resignada y enfermiza de quien sufre una depresión.
- Ahora, prosiguió, Belzy
Diávolo, han conseguido unos chips que se introducen en el cerebro del paciente
y que le permite ver la vida en rosa. En tu caso se puede hacer una manipulación
en el chip y tendrías en tu propia mente el simulador que ya no te hace tilín.
Será muchísimo mejor que el simulador. Iras al frente de auténticos AVEs y el
chip contiene una parte que te permitirá hablar y entender cualquier idioma de
los países que tienen trenes de gran velocidad. Entenderás y hablaras
perfectamente inglés, francés, español, alemán y japonés. Pero lo más
importante es que estarás a bordo de los trenes “en vivo” como ahora dicen en
la televisión. Estarás conduciendo un AVE de verdad, el que tú elijas. Con este
chip ya no recaerás en ninguna depre.
- ¡Que maravilla! Dijo
Terencio, esta vez con una voz mas animada. Pero volviendo a su tono tristón
añadió: esto debe de ser carísimo.
- Lo es, dijo Belzy,
pero como antes dijiste siempre nos las hemos arreglado. Por ahora ya te has
ahorrado el siquiatra pues también tengo ese doctorado. Te vas a ahorrar al
cirujano porque la operación te la voy a practicar yo. Quedan los gastos de quirófano
y la compra del chip. Lo del quirófano lo resolveremos facilmente. El creador
del chip abonara este gasto ya que esta deseando demostrar que su chip funciona
bien, y funciona bien, te lo aseguro, y sabes que mi palabra va a misa, bueno,
es un decir. Queda la compra del chip, pero de eso me puedo ocupar yo con una condición,
que cuando te opere al tiempo que te instalo el chip pueda yo extraer un
pequeño trozo de tu alma.
- ¡Que dices! Dijo
Terencio pegando un respingo.
- Nada más que un
trocito de tu alma, dijo Belzy, nada más que eso.
- Pero, ¿por qué? ¿Qué
va a ser de mí si mutilas mi alma?
- No digas tonterías
repuso Belzy, de almas entiendo también yo mucho más que tú. Se trata solo de extraer
un pequeño trozo. A tu alma no le va a pasar nada. Seguirá igual. Ni se va a
enterar.
- ¿Y eso?
- Mira, continuó Belzy,
al alma le pasa como a las lagartijas. No pongas esa cara, es solo un ejemplo.
Veras como te ayuda a entenderlo. Tú le quitas el rabo a una lagartija y sigue
corriendo como si tal cosa. Además, luego le crece y vuelve a tener cola.
- ¿Y que haces con las
colas de las almas que consigues?, porque me da que no será la primera vez que
haces esta extracción.
- Tienes razón, no es
la primera vez, pero es también una técnica recientemente desarrollada. La he
practicado pocas veces.
- Y con los rabos, ¿Qué
haces? Insistió Terencio.
- Bueno, los trozos de
alma que extraigo no son como los rabos de las lagartijas. Era solo un ejemplo
para que lo entendieses.
- Creo haberlo entendido.
Insisto, ¿qué haces con los rabos de las almas que no son como los de las
lagartijas?
- Pues los junto.
- ¿Los juntas?
- Si, junto los trozos
de alma unos con otros para así llegar a una masa crítica en algún momento y
poder crear un alma.
- ¿Y para que quieres
crear tú un alma?
- Eso es asunto mío …
- ¿No será para algo malo?
- No, hombre, no. Es un
experimento. Además, ya sabes que hay gente desalmada, sin alma. Se les podría
injertar la creada por mí.
- ¿Serian mejores con
tu alma?
- Yo no soy tan malo
como algunos dicen. Me hicieron una propaganda injusta, una leyenda negra. Lo
que pasa es que lo creado no es perfecto y como yo se lo señalé a quien ya
sabes, éste se enfadó conmigo y desde entonces no me lo ha perdonado. Yo
intento remediar la imperfección con compensaciones que sean de este mundo. Eso
no es ningún pecado. Pero me ven como una competencia y, además como una competencia
desleal porque entrego la mercancía enseguida, en este mundo, sin tener que
esperar a estar en el otro. ¡Por Dios! (Bueno, es un decir…) confía en mí. ¿No
te he ayudado las veces pasadas?
- Es verdad, admitió
Terencio. ¿Cuantas almas has conseguido juntando trocitos?
- Ninguna por ahora. Ya
te he dicho que estoy experimentando. Hay que llegar a una masa crítica y
todavía no he alcanzado la de la primera alma. Es un poco como el nacimiento de
las estrellas. Se van juntando gases y gases estelares que se van compactando
en una bola y cuando se junta la cantidad necesaria es cuando se produce el
alumbramiento de la estrella, cuando la suma de los gases estelares constituya
una masa crítica que explosiona por efecto de la presión creándose así una
estrella nueva. Pues lo mismo puede ocurrir juntando trocitos de alma hasta que
surja de la suma un alma nueva que se pueda introducir en quienes tienen almas
defectuosas, o, incluso que no las tienen.
- ¡Precioso! Volvió a
exclamar, esta vez con sorna, Terencio. ¿Porque no te llevas el alma entera y
te ahorras líos y experimentos que, por ahora, parecen infructuosos?
- Hay que avanzar con
los nuevos tiempos, Eso que dices era la técnica tradicional que se hacia antes,
y que se sigue practicando todavía. Pero yo quiero superar esa situación que
provocaba grandes sinsabores, grandes desesperanzas. Con mi nueva tecnología se
puede obtener un resultado semejante sin daños colaterales. Desde el punto de
vista de mi publicidad seria estupendo y ya no me podrían acusar de intenciones
aviesas. Por eso no quieren que yo tenga éxito, pero les demostraré que puedo
tenerlo, acabó sentenciando acaloradamente Belzy.
- ¿Y, de verdad, no has
conseguidlo ningún alma nueva? Preguntó Terencio con simpatía.
- Ninguna, pero he
estado muy cerca por lo que se que estoy en el buen camino. Hace unas semanas
conseguí un alma nueva, pero se extinguió al poco rato.
- Te deseo suerte, pero
pienso que a los trozos de alma les debe de pasar como cuando juntas las colas
de las lagartijas, que no sale una lagartija nueva. ¿Me aseguras que mi alma no
se condenara, que no se enterara de que le has cogido un trocito, y que al
igual que las lagartijas mi alma se completara de nuevo?
- Te lo aseguro. Lo he
comprobado en todos los casos en los que he realizado la extracción.
- ¿No hay ningún
peligro?
- El único peligro es
que no extraiga el trozo apropiado o que extraiga demasiada alma. Como si me
equivocara y le arrancara a la lagartija una pata o la cabeza en lugar de la
cola, o le arranque esta ultima y al hacerlo me lleve más que la cola. En tal
caso el alma no podría sobrevivir, al igual que la lagartija, añadió Belzy
socarronamente esta vez. Pero no te preocupes, ya domino esta técnica. Es
cierto que tuve algunos tropiezos al principio, pero ahora ya esta establecido
un protocolo de la intervención que tiene todas las bendiciones posibles. Es de
nuevo una forma de hablar……….
Terencio comprendió que su amigo Belzy no querría
hacerle daño, sino ayudarle y le dio al doctor su consentimiento para la
intervención, para la instalación del chip y la extracción de un pequeño trozo
de su alma.
Como era de esperar la operación fue un
éxito. Terencio permaneció apenas un fin de semana en una pequeña clínica privada
de un amigo del Dr. Diávolo y el lunes ya estaba trabajando de nuevo,
conduciendo un tren de mercancías. Enseguida notó Terencio un cambio. El chip debía
de actuar como esas pastillas maravillosas que los psicólogos y psiquiatras
recetan frecuentemente a sus pacientes y que les hace ver la vida en rosa.
Terencio fue a trabajar sin esa sensación que antes tenia de que iba a realizar
el trabajo menos apreciado por la compañía y sus compañeros y, asimismo, mal
remunerado. Terencio se montó en su locomotora dispuesto a comerse el mundo y
cualquier cosa que se le pusiese por delante. Con su compañero conductor de la
locomotora revisó con alegría la lista de comprobaciones por hacer y desplegó
un buen humor que asombraron a propios y a extraños. Cuando, después de
bastantes horas de viaje, volvió a su casa, solo manifestó un lógico cansancio
y estuvo dicharachero y simpático con todo el mundo. Terencio era, sin duda
gracias al chip del Dr. Diávolo, un hombre nuevo.
Sin embargo, el que Terencio hubiera recuperado
la alegría de vivir no apartaba de su vida su pasión, que ya no su obsesión,
dada su nueva forma de ver confiadamente la vida, por los trenes de gran
velocidad y su deseo de sentir las sensaciones de su conducción. Diávolo le
dijo que iría a verle el fin de semana siguiente para explicarle como el chip podía
satisfacer esta necesidad de Terencio. El Dr. Diávolo se presentó, pues, el fin
de semana siguiente y le dio una explicación bastante sencilla.
- El chip que te he
implantado no solo te ayuda a ver la vida con confianza, sino que también te
puede proporcionar unas sensaciones increíbles acerca de la conducción de una
locomotora de alta velocidad. Tu chip se puede activar de tal modo que te
encontraras, de pronto, en tu mente claro está, en tiempo real, en la propia
cabina de una locomotora de un AVE en cualquier punto del mundo
- ¡Vaya! Dijo Terencio
entusiasmado. Y, eso, ¿Cómo se hace?
- Es inútil que entre
en detalles técnicos, no los entenderías. La cosa es que tendrás la sensación
de ser uno de los dos conductores de la locomotora rápida, e, incluso, le entenderás
cualquiera que sea el idioma que hable y te podrás dirigir a él. Tienes que
tener presente que todo esto es fantasía, una fantasía fabulosa. Ellos no sabrán
nada de lo que esta pasando, pero tú tendrás la impresión de ser uno de ellos. Además,
el recorrido en el que participarás será un recorrido real que ocurre en el
mismo momento en el que el chip establece la conexión. Para ello tendrás que
activar, como te digo, el chip, y cuando ello ocurra veras en tu propia mente
un menú de posibilidades de conexión y tu mismo decidirás e indicaras lo que
deseas. Esto, como se dice, es ¡La repera!
- Estoy convencido de
ello, pero ¿Como hago para activar al chip?
- Para realizar la
conexión con un AVE en movimiento y darte la sensación de que en ese mismo
momento lo estas conduciendo tu el chip necesita mucha energía, mucha mas de la
que requiere para darte buenas vibraciones todos los días. Para esto último el
chip utiliza los recursos de tu propio cuerpo. Te puedes, pues, desentender del
chip a estos efectos. Para lo otro, lo del AVE, debes darle mas energía y eso
lo conseguirás tomándote una pastilla. Sus efectos son de unas cuatro horas por
lo que te recomiendo que elijas trayectos cortos de trenes rápidos. Puedes
tomarte otra píldora para prolongar el efecto, pero no te recomiendo que abuses
de ello pues esta píldora es como una pila y aporta energía al chip, pero,
asimismo, extrae del cuerpo reservas. Tras una píldora sentirás un cansancio
normal, con dos seguidas puedes acabar exhausto. Deja, también, pasar al menos
un día entre dos viajes tuyos en trenes de gran velocidad. Aquí tienes una caja
con las pastillas. Cuando la acabes, me llamas.
El Dr. Diávolo abrió la caja y le ofreció a Terencio
una de las píldoras. Terencio se la tomó con un vaso de agua y mientras se
relajaba en el fondo de una butaca le dijo al Dr. Diávolo: “Belzy, ¡Eres
Dios!”. “Bueno”, respondió Diávolo, “no soy eso, o ese, precisamente”. “Ya me
entiendes”, dijo Terencio mientras cerraba los ojos y mentalmente elegía un trayecto
breve en Japón, saliendo de Tokio. Al poco tiempo el Dr. Diávolo pudo comprobar
como Terencio, con cara ensimismada, hablaba con alguien en japonés, y ello con
total naturalidad. Terencio tenia en ese momento le sensación de estar en la
propia cabina de la locomotora japonesa viendo pasar el paisaje no tan
agradable de las afueras de Tokio, como ocurre con cualquier gran ciudad, y
siendo participe de las decisiones que se iban tomando al tiempo que estaba
manipulando los mandos de la locomotora, como si estuviese allí mismo.
El Dr. Diávolo, que sabia muy bien lo que
estaba pasando en la mente de Terencio, le dijo “Estas en este momento en la
cabina de esa locomotora rápida japonesa participando en su conducción”. “Ten
mucho cuidado cuando tomes la pastilla”, añadió, “pues te abstraerás en buena
medida del presente que te rodea. Es más, no solo actuarás en tu propia
realidad, sino que, además, podrás actuar en la otra realidad. Es como conducir
un coche y hablar por teléfono o manipular el GPS del automóvil: acabas por no
estar del todo en ninguno de los dos sitios”. Dicho esto, Diávolo se esfumó
mientras Terencio hablaba en japonés y con sus manos y pies manipulaba los
mandos de la locomotora nipona.
La felicidad volvió en Terencio y en su
entorno familiar y de amistades. Siguiendo los consejos de su ahora amigo Belzy,
Terencio espaciaba prudentemente sus propios viajes en AVE y para realizarlos
se encerraba en el edificio del simulador que ahora ya no tenia ningún uso. No
obstante, tenía que realizar grandes esfuerzos para no tomarse la pastilla en
cualquier momento ya que disfrutaba muchísimo de los trayectos que ahora
realizaba con los conductores de los AVEs por todo el mundo, incluido en su
propio país.
Sin embargo, un día Terencio, casi distraídamente,
se tomó una píldora mientras estaba conduciendo uno de sus trenes de mercancías.
Es verdad que el trayecto era muy aburrido y rectilíneo y fue ese aburrimiento
el que llevó distraídamente la mano de Terencio a su bolsillo de donde extrajo
la caja de las pastillas y una de estas de la caja como si fuera un bombón.
Mecánicamente destapó una cantimplora en la que llevaba agua y para adentro de
su cuerpo se fue la mencionada pastilla.
A continuación, pasó lo que tenia que pasar,
que Terencio se encontró de pronto conduciendo dos locomotoras, la del tren de mercancías
y la del tren de gran velocidad que realizaba en ese mismo momento el trayecto
de Londres a Bruselas. A su compañero del tren de mercancías le dio la
sensación de que Terencio estaba algo somnoliento y se inquietó aun mas cuando
le dio la impresión de que hablaba en francés, o en ingles, no sabría decirlo,
con alguien que no estaba presente en la cabina de la locomotora del tren de mercancías.
“Ten cuidado”, le dijo a Terencio, “no es momento para distraerse, aunque esta
recta infinita es para dormir a cualquiera, porque nos acercamos al semáforo de
La Bruja”. El semáforo de La Bruja, así llamado porque estaba situado en alto
con una vara diagonal y con un poco de imaginación podía parecer una bruja encaramada
sobre su escoba, era importante porque a partir del mismo las vías ya no eran
dobles durante una parte del trayecto en el que los raíles realizaban
innumerables curvas a través de un desfiladero angosto. Como es natural, si el semáforo
estaba en verde el tren continuaba con toda tranquilidad, y si estaba en rojo,
el tren paraba hasta que pasaba otro tren en dirección contraria. Una vez
despejada la vía férrea, ahora común, el semáforo se ponía en verde y el tren
parado continuaba su viaje.
El conductor que acompañaba a Terencio en el
tren de mercancías empezó a escudriñar el horizonte al frente de la locomotora
pues el semáforo de La Bruja estaba situado al final de la primera curva que había
tras la larga recta ya comentada. Centrado en esta prudente tarea no prestó
atención a Terencio que, en francés, o en ingles, le preguntaba a su compañero
de la locomotora rápida que porque le mencionaba la ciudad de Brujas que no
esta situada en el trayecto de Londres a Bruselas del tren de alta velocidad.
De pronto Hilario, pues así se llamaba el compañero de Terencio en el tren de mercancías,
avisto el semáforo y se dio cuenta que estaba en rojo. “¡Vaya por Dios! ¡Que
mala suerte! Esta vez nos toca parar y esperar” dijo casi para si mismo. De
pronto se dio cuenta que Terencio no estaba frenando y que, además, seguía
hablando en otro idioma con alguien imaginario. Esto último distrajo algo a
Hilario, lo suficiente como para reaccionar mas tarde de lo debido. Se dio
cuenta que el semáforo en rojo se iba acercando inexorablemente y que si su
tren no se detenía ya lo dejarían atrás con el riesgo que ello comportaba.
- ¡Frena Terencio!
- Pourquoi? Dijo Terencio en un perfecto francés.
- ¡Terencio!, ¡Que te
has fumado La Bruja!
- ¿Brujas? Pero si no
pasamos por Brujas estimado colega, le dijo Terencio a Hilario con cierta altanería,
de nuevo en francés. Además, remató, no fumo.
- ¡El semáforo! ¡Estaba
en rojo y no te has parado! ¡Frena!
¡Frena! Por todo lo que mas quieras en este mundo frena que nos la vamos a
pegar contra otro tren, volvió a gritar Hilario cuando a la salida de una curva
pudo divisar como otro tren avanzaba de un modo inexorable en dirección
contraria.
Terencio no había visto antes el semáforo de
La Bruja en rojo porque en ese momento estaba a bordo del AVE Londres-Bruselas,
pero, ahora, acababa de volver a la locomotora del mercancías y al igual que
Hilario vio el tren que avanzaba hacia ellos. Terencio buscó urgentemente con
su mano derecha el freno de emergencia, pero no lo alcanzó porque eso de
conducir dos trenes a la vez produce grandes confusiones. En efecto el freno de
emergencia estaba a la derecha suya en la locomotora del AVE Londres-Bruselas,
pero a su izquierda en la locomotora del tren de mercancías. Para cuando se dio
cuenta ya era tarde y las dos locomotoras se incrustaron la una en la otra
apenas a dos kilómetros del semáforo de La Bruja. El choque de los dos trenes
fue dantesco y saltaron por los aires las maquinas de los dos trenes y la mayoría
de los vagones. Humo, ruidos, alaridos, chirridos, y toda clase de sonidos
estremecieron el desfiladero antes de que se instalase un silencio
sobrecogedor.
El cuerpo de Terencio quedó hecho añicos. A
Hilario, horrorizado, le había dado tiempo de saltar por una puerta de la
locomotora poco antes del choque. Estaba vivo, pero en mal estado, con una
pierna destrozada, pierna que más adelante tuvieron que amputarle. Al igual que
Terencio los conductores de la otra locomotora murieron en mil pedazos.
Este accidente mereció titulares a toda plana
en la primera página de los periódicos del país y del extranjero. La familia de
Terencio quedó destrozada y con más motivo cuando los investigadores
encontraron en el bolsillo del pantalón que había sido de Terencio, o lo que
quedaba del pantalón, unas pastillas cuya composición no supieron descifrar a
pesar de los miles de análisis que realizaron. Pero ello sirvió para que la
Compañía Nacional de Ferrocarriles, cuyos abogados eran unos linces, afirmara que
Terencio conducía bajo los efectos de una droga misteriosa y que por lo tanto
toda la culpa del accidente era suya lo que conllevaba, entre otras cosas, que
su viuda no podría reclamar ningún tipo de pensión. Los forenses también
encontraron un chip en la parte posterior del cuello, junto a la base del cráneo
y tampoco supieron descifrar su uso. “Se parece a los que ponen a los perros
para identificarlos” dijo uno de ellos. “¿Y para qué se lo pondría?” preguntó
uno de los investigadores cuando leyó el informe del forense. “Todo el mundo
dice que era un tío raro, frustrado por no conducir las locomotoras de los
trenes de gran velocidad, que tomaba drogas, introvertido y que hacía cosas
raras”, sentenció otro antes de añadir: “Lo del chip debió de ser otra de sus
rarezas. Su compañero, el que consiguió sobrevivir tirándose del tren ha
declarado que en el momento del accidente este Terencio le hablaba en un idioma
extranjero. Debía de estar ido o volando por encima del mundo …”.
El Dr. Diávolo también estaba apenado. Le había
cogido mucho cariño a Terencio y había hecho mucho por él. Diávolo no era dado
a culpabilizarse, pero en este caso llegó a sentir algo parecido a un
remordimiento por no haber sido más precavido con el uso de las pastillas para
que no ocurriera lo que había ocurrido y que para Diávolo era evidente. Pero, ¡¿Como
iba el propio Dr. Diávolo a suponer que Terencio fuese a tomar una píldora para
activar el chip mientras conducía una locomotora de su tren de mercancías?!
El Dr. Diávolo trató de ayudar a la viuda de
Terencio que no le guardaba ningún rencor al doctor. “No ha sido su culpa” le
dijo. Y se echo a llorar exclamando ¡”Qué va a
ser de mí si me niegan cualquier pensión de viudedad”! ¡Que va a ser
ahora de mis hijos!
- Le sugiero que
convierta usted ahora el simulador en una atracción pública. Alquilándolo por
horas, o incluso por medias horas, le puede usted sacar un buen rendimiento, le
dijo el Dr. Diávolo. Yo mismo le enseñaré a funcionarlo.
Eso hizo la viuda de Terencio y enseguida se
formaron grandes colas para utilizar el simulador. Al poco tiempo se le
presentó un multimillonario de los Estados Unidos que le ofreció una fortuna
por el simulador. La viuda de Terencio lo consultó con el Dr. Diávolo con el
que, al cabo de un tiempo, le había unido una relación amorosa construida sobre
el cariño que ambos habían tenido por Terencio.
- ¿Qué hago Belzy con
esta propuesta? Le preguntó una tarde en la que se estaban queriendo en la
habitación de un hotel de lujo de los alrededores de la ciudad. Yo no se lo que
vale de verdad el simulador.
- Mucho más de lo que
nadie te pueda ofrecer.
- Entonces no se lo
vendo.
- Sí, véndeselo, pero pídele
muchísimo mas, que te lo pagará. Así colocando bien el dinero, con mis
consejos, podrás tener unas magnificas rentas para ti y tus hijos. Él lo quiere
para copiarlo e instalar un simulador en cada ciudad importante del mundo.
Piensa que así se hará más rico.
- ¡Pero si ya es riquísimo!,
exclamó la viuda de Terencio.
- Sí mi amor, pero ya
sabes que la avaricia rompe el saco y a mi me interesa que ahora el saco se
rompa no vaya a ser que del simulador se quieran apoderar por las malas los
servicios secretos de alguna Gran Potencia y te quedes a la luna de Valencia. Pídele
mucho dinero y yo también me encargaré de hacerle ver que con este simulador ha
encontrado la gallina de los huevos de oro.
Ambos se rieron mientras la viuda de Terencio
se entregaba otra vez mas a su nuevo enamorado, tan fogoso, tan caliente, sin
importarle un pequeño olor a azufre que se desprendía del cuerpo del Dr. Diávolo
cuando hacia algún ejercicio físico a pesar de las muchas colonias, deliciosas
de fragancia, con las que se solía perfumar.
El multimillonario norteamericano pagó pues
una extraordinaria fortuna por el simulador, tanto que casi se quedó a dos
velas, convencido de que recuperaría ese
dinero, y muchísimo mas, en cuanto sus ingenieros en Silicon Valley, en
California, desmontasen el simulador para poder reproducirlo con exactitud un
montón de veces y así poder instalar los numerosos simuladores duplicados por
todo el mundo para que el multimillonario, o mas bien el ahora
ex-multimillonario, pudiese rehacer su fortuna y multiplicarla al infinito. El
simulador fue llevado a Silicon Valley y allí desmontado. Pero una vez
desmontado los ingenieros ni consiguieron darle sentido a los planos
resultantes, ni consiguieron tampoco volver a montarlo igual lo que provocó
toda la desesperación imaginable en el ex-multimillonario que acabó pidiendo
dinero en las esquinas de San Francisco. Él y sus ingenieros habían matado la
gallina de los huevos de oro, tal como Belzy había previsto, y deseado.
F I N
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